lunes, 28 de febrero de 2011

Taza de café.

Se quedó ensimismada mirando como cada mañana su gran taza de café mientras medio dormida pensaba en todo aquello que le estaba sucediendo durante las últimas semanas.
Se encontraba en una etapa de crisis o algo parecido, del tipo existencial se podría decir exagerando un poco.
¿Pero cómo estaba pasando todo esto? ¿Cuál era el detonante de esa nueva situación que se le escapaba de las manos? A lo mejor era ella la que tenía el problema y veía todo desde esa horrorosa perspectiva de la inseguridad y la desconfianza.
Llegó el momento de plantearse nuevos retos, otra organización de su vida porque en realidad no sabía qué hacer con ella.
Todo aquello en lo que había creído durante tantos años se derrumbaba ante sus ojos, de manera acelerada.
Cada vez más la doblez humana le descolocaba las ideas que tenía sobre las personas; lo detestaba, incluso se odiaba a ella misma cuando salía a relucir la suya propia.
Cómo era posible que en una cena del viernes como tantas otras, las personas con las que estaba acostumbrada a estar y de las que tenía una imagen clara y fija sacaran a relucir su yo más egocéntrico.
La competitividad yo, mi, me, conmigo. A ver quién tenía más cosas, quién sabía más, quién estuvo allí y por tanto era el único todopoderoso que podía hablar y los demás los que tenían que callar.

¡Pum! De repente la taza se calló al suelo rompiéndose como otras tantas cosas que se habían roto a lo largo de su vida, tanto materiales como personales, emociones, sentimientos…
Todos los pensamientos que antes le atormentaban se quedaron aparcados durante un pequeño periodo de tiempo en el que recogía todo y limpiaba.
Que simple parecía todo, una taza rota en el suelo era ahora su única preocupación e incluso había conseguido que desconectara de aquellos pensamientos anteriores durante un momento.
Se dio cuenta, entonces, de que no podía seguir así, ese tipo de acontecimientos y actitudes de las personas de su entorno no podían afectarle tanto; no podía dejar que todo ello le absorbiera, le quitara tiempo de las cosas importantes; no podía dejar que ese tipo de pensamientos le robaran el tiempo que, según dicen, es oro y a este paso ella ya sería rica si lo empleara como realmente hay que hacerlo. Así que se dejo llevar, al fin y al cabo no podía cambiar la situación así que para que frustrarse más, para qué enfadarse con algo que no tenía solución. Iba a empezar a aprender de los demás, a contagiarse de la calma que tenían algunas amigas suyas para enfrentarse a este tipo de situaciones; iba a mirar los hechos por encima de sus posibilidades, desde otro punto de vista y perspectiva.

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